Cada vez que nos encontramos con alguien que, con el corazón entre las manos, nos autoriza a ser quienes somos, invariablemente nos transformamos.
Abandonamos para siempre las horribles brujas y los malditos ogros que anidan en nuestra sombra para que, al desaparecer, dejen lugar a los más bellos, amorosos y fascinantes caballeros y princesas que yacen, a veces dormidos, dentro de nosotros. Hermosos seres que al principio aparecen para ofrecerlos a la persona amada, pero que terminan infaliblemente adueñándose de nuestra vida y habitándonos permanentemente.
El verdadero amor no es otra cosa que el deseo inevitable de ayudar a otro para que sea quien es.
Mucho más allá de esta autenticidad sea o no de mi conveniencia.
Mucho más allá de que, siendo quien sos, me elijas a mi o no, para continuar juntos el camino.